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CRN || Migdalia Fort
28/06/2017 || 11:32am
A las 4:20 de la madrugada del 28 de junio de 1989, Día
del Teatro, dejó de existir este artista que representó dignamente a Venezuela
en los mejores escenarios del mundo y cuya calidad vocal fue elogiada con
innumerables adjetivos en el ámbito internacional donde se destacó.
Falleció a la edad de 59 años. Mario Suárez tuvo el honor de ser su descubridor y su
padrino. En un ensayo en Radio Caracas Radio, en el año 1946, Alfredo Sadel
entró con un maletincito. Era todavía un niño y lo sacaron del estudio. Cuando
Mario Suárez salió, lo encontró afuera y reconociéndole sus dotes, después de
oírlo cantar en su casa, lo recomendó con Ricardo Espina, lo becaron con un
gran maestro del canto y le dieron permiso para ensayar en los estudios. A
partir de ese momento no lo sacaron más de ningún otro sitio.
Por su parte el Maestro Aldemaro Romero manifestó que
Venezuela no había conocido un
ídolo como él. Un representante de su pueblo a
ese nivel y un hombre que caminó todos los caminos de la música. Se identificaba
con el sentir popular más sencillo, dentro de la profundidad de lo que esa
palabra significa. También incursionó en el campo de la música académica, con
gran éxito en escenarios de inmensa jerarquía como Rusia, Yugoeslavia, Italia,
España, Francia, Suiza y otros países.
Alfredo Sadel, fue declarado post mortem, hijo ilustre de
la ciudad de Caracas, por el Concejo Municipal del Distrito Federal. Asimismo
el Ayuntamiento acordó suspender por varios días los actos con motivo del día
Nacional del Teatro y decretó dos días de duelo por la muerte del
extraordinario intérprete de la canción venezolana, orgullo de la parroquia de
San Juan y de todo el pueblo de Venezuela.
Alfredo Sadel fue gran amigo del pintor Jesús Soto y con
él vino varias veces a Ciudad Bolívar. También era amigo del cantante guayanés
Frank Hernández, con quien estuvo en la ciudad poco tiempo antes de su muerte
ofreciendo un concierto.
Soto lo invitó en cierta ocasión para que lo acompañara a
Ciudad Bolívar y estando ambos de visita en la casa del doctor Elías Inatti, a
Sadel se le presentó un percance: No podía acompañar a Soto ejecutando la
guitarra en amena reunión familiar porque sentía un oído tapado. Inmediatamente
Elías lo llevó al consultorio de su colega y otorrino Vinicio Grillet y éste
los recibió con una botella de güisqui. Sadel reaccionó, “Doctor, yo no vine a
tomar güisqui sino a ver qué tengo en el oído”. “No se preocupe que lo va a
necesitar” respondió Grillet y le aplicó el scopio. Ven a ver Elías, y Elías
dijo que veía una nube azulada. A lo que de seguida pensó en voz alta Sadel:
“Debe ser el jabón azul con el cual me baño”.
Cuando la inauguración del Museo, Sadel estando en la
casa de Doña Enma, la madre de Soto, se enamoró de un arrendajo que cantaba y
vagabundeaba por toda la casa. Le ofreció cinco mil bolívares a la doña por el
arrendajo, pero imposible, “Bandido” como se llamaba el pájaro, no estaba en
venta era la obra natural más preciada de Soto.
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